domingo, 11 de marzo de 2012

FUKUSHIMA. Una visión diferente (1)


Las inmensas olas del tsunami sobre las costas de Sendai, Japón, 
tras el terremoto. 11/03/2011-GYI/NHK/Xinhua
http://www.lavanguardia.com 

   Este año que pasó, llegó a mis manos una revista  de distribución gratuita: SIRIUS. Informativo de Sierra del Cielo - Grupo Uksim - Agosto 2011 - Nº 4 - Publicación semestral.
En ella, en la portada, se leía un artículo relacionado con lo que apenas unos meses antes había acontecido en Japón y que sacudió al mundo entero, hoy justamente un año, trayendo tristemente a la memoria de muchos, el recuerdo de otro episodio semejante ocurrido allá por 1986 en Ucrania: el accidente de Chernóbil.
Después de leerlo, lo guardé, porque quería compartirlo con alguien en algún momento, cuando pudiese. Y ese alguien, en este preciso momento, sos vos… quizás un poco tarde, pero es una manera de ver lo que pasó hace exactamente un año, de una forma distinta, teniendo en cuenta otras cuestiones que casi nadie aborda, además de las puramente físicas y políticas.
El artículo fue escrito por Daniel Gagliardo y en él se lee lo siguiente:

Japón
La energía nuclear y el clamor de los océanos...

   En 1945, el pueblo japonés, empeñado en una guerra que signaría su existencia de modo inédito, se encontraría vencido en unos pocos instantes cuando, dos de sus principales ciudades, Nagasaki e Hiroshima, pasasen a la desolación por la acción de las primeras bombas atómicas utilizadas por la civilización que componemos. Los Estados Unidos habían decidido volcar sobre sí, y sin consciencia alguna de ello, una de las manchas kármicas(a) más macabras de su historia.
El fin de la segunda guerra mundial quedaba sellado en el plano concreto de la existencia, pero en los planos astral y mental de la humanidad y el planeta, así como en la energía que alimenta la Ley de Karma, una profusa y particular actividad daba muestras de una oscura etapa planetaria en ciernes.
El camino elegido era el más inestable de entre todos los que podían tomarse. 
Haber cruzado los límites de la manipulación de la energía, en búsqueda de poder, dominio, hegemonía, posesividad y garantías a cualquier costo, mostraba el alejamiento de nuestra cultura de su contraparte interna. Las raíces de un consumismo hipnótico planificado, favorecido por una también planificada superficialidad suntuaria, ya en ese entonces habían dado sus firmes pasos en un nuevo diseño mundial. Quedaban delineados los futuros aspectos geopolíticos y geobélicos, así como las trazas gruesas de depresión y depredación exploratoria, que en la actualidad debemos enfrentar como prueba de aquel desvío.

Los aspectos kármicos que Japón debería enfrentar tomaron cierta y notoria dirección cuando su relación con la energía de occidente debía definirse en lo que se conoce como Era Meiji dentro de la historia nipona. Corría el año 1868 y la occidentalización e industrialización del imperio comenzaba a definirse. Cómo recorrer ese trayecto histórico, y lo que kármicamente resultara de ello, se vería reflejado en diversas coyunturas a lo largo de los siguientes setenta años.

Pasar a ser, a partir de cierta etapa, el principal acreedor de la nación que lo había destruído y derrotado en aquella guerra, formaba parte de un cierto grado de compensación kármica. Las herramientas para aquel posicionamiento también lo serían en términos kármicos. En un territorio pequeño e insular, la toma de decisiones para sortear los resultados de la guerra obligadamente irían transcurriendo en cómo definir la generación de energía, preponderantemente la eléctrica. El peso de tener que depender de la compra de petróleo, en el contexto mundial de aquellos tiempos, era apenas moderado respecto a lo que algunas décadas después representaría para la economía japonesa y su desarrollo industrial. De este modo, un punto de inflexión kármico se presentaría al pueblo japonés. Cuando el uso de centrales nucleares para la generación de electricidad estuvo globalmente mirado, y Estados Unidos, el dueño en aquella época del estándar nuclear, lo creyó adecuado, Japón comenzó a realizar una fuerte y progresiva apuesta a favor del más perverso de los modos de generar electricidad.

El uranio, tan valioso colaborador de la vida planetaria, no fue ni es comprendido en su verdadera y oculta tarea. Su servicio, como el de otros metalíferos radiactivos, consiste en poder almacenar en sus estructuras energéticas, electromagnéticas y etéricas, grandes voltajes de energía cósmica que ingresan a nuestro planeta. Dichos volúmenes de energía, de no ser absorbidos por los metalíferos radiactivos preparados arquetípicamente para ello, tornarían inviable la existencia en la Tierra. Una vez absorbidos, esos volúmenes quedan resguardados dentro del uranio y otros metales, pasando a ser transmutados y liberados según las necesidades de cada ciclo y etapa del sistema solar y el planeta.
Cuando la humanidad desviadamente juega con los átomos de uranio no comprende que manipula el núcleo de la vida misma. Aquello que ceremonialmente representa los límites que la creación ofrece. Al generar fusión y fisión nuclear de modo artificial, y sin coligación con la vida cósmica presente en toda partícula, el hombre libera lo que no estaba previsto para él; la manipulación y el contacto de una cualidad y condición de la energía que, para nuestro proceso evolutivo, está signada lógicamente, como restringida e ingobernable. Aniquilante.

De todos modos, y aún con las marcas imborrables de Hiroshima y Nagasaki, y altos índices de radiactividad comprobables después de casi siete décadas, nos encontramos con una nación japonesa que, contrariando hasta las bases más obvias y especulativas de la mente racional y el sentido común, posee en la actualidad más de cincuenta centrales nucleares. La consciencia japonesa, también kármicamente hablando, fue estimulada internamente para dar con opciones de generación de energía eléctrica menos contaminante. EE.UU., de idéntico modo, fue depositario de estimulación interna para aceptar el rumbo hacia una energía de mínimos costes ambientales. Así las posibilidades hacia el conocimiento y dominio de avanzados aspectos de la energía magnética para beneficio de la humanidad se tornaron inaccesibles. La Jerarquía no puede facilitar aquello para lo cual la humanidad mantiene refracción, y, para que su otorgamiento se torne efectivo, necesita de una genuina intención de aspiración interna y transformación.
En el caso de Japón, habiendo vivido la destrucción de su pueblo y territorio a consecuencia de la radiactividad, y así todo decidir por su uso, generó retornos kármicos como los que hoy leemos en los periódicos.

El dañino impacto del uso y manipulación de materiales radiactivos no comienza, ni mucho menos, en la etapa en que aquellos adoptan su estado y función como combustibles. Generamos potentes retornos kármicos al momento mismo de buscar sus yacimientos. Lo que comienza con la destrucción de la geomorfología de nuestro planeta. El rostro de la Tierra es llevado a un sardónico gesto de fracaso y desarmonía por las actividades megamineras que la extracción de referencia hace necesarias. Exploración, cateos y explotación, son etapas macabras y sumamente contaminantes, al igual que la posterior industrialización y enriquecimiento del uranio; tanto con finalidades pacíficas como bélicas. Miles de millones de litros de agua pura, potable y escasa, cada día son utilizados en todo el planeta, y mezclados con ácido sulfúrico, para lixiviar y separar las partículas del radioactivo metal. Aún peor es lo que ocurre con los desechos radiactivos que no decaen de su total actividad perniciosa hasta pasados cientos de miles de años.
La humanidad, y Japón sólo es una muestra de ello al igual que otra inmensa cantidad de naciones terrestres, está sosteniendo con escasas miras de reversión la posibilidad de retornos kármicos de una desmesura innecesaria.
Evidentemente todas y cada una de las actividades emprendidas y sostenidas por el conjunto humano, y en cada nación como subconjunto con sus propias características retributivas, la Ley del Karma Material nos retorna y ofrece las mejores y adecuadas condiciones para nuestro aprendizaje y elevación.
En tal sentido, Japón debiera ver en la fuerza e incisividad de los tsunamis, palabra creada por la cultura japonesa para definir el fenómeno, la clara y directa respuesta kármica  a sus elecciones.
Líder en la construcción y utilización de barcos factoría que, por casi todo el marco oceánico global, diezman la fauna marina. Responsables directos, junto con otro pequeño grupo de naciones, de la aniquilación de millones de ballenas y delfines; llevando la población de estas especies casi hasta la inexistencia.

Los tsunamis son el clamor del mar gritando al pueblo japonés su ofensa a los océanos, y la vida que en ellos florece. Vertiendo y fusionando la sangre nipona en el mismo medio líquido donde millones de seres marinos fueron, y son aniquilados diariamente, desde el acero destructor de sus flotantes factorías.


(a) - Ley de Karma: Lo que llamamos Ley del Karma Material es la ley que rige los efectos de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Por medio de ella, interactuamos con toda la vida planetaria. Cuando evolucionamos lo suficiente como para relacionarnos más directamente con la vida solar, trascendemos la ley del karma material y comenzamos a estar bajo la ley evolutiva superior. Al avanzar en la evolución, contactamos la vida cósmica y comenzamos a estar bajo la ley del equilibrio. 
Según la ley del karma material, todos los seres interactúan continuamente en el nivel mental, en el emocional y en el etérico-físico a través de los pensamientos, sentimientos y acciones; los efectos de esa interacción pueden ser negativos, positivos o neutros. 
Para que nuestra acción sea positiva, armoniosa, debería inspirarla un nivel superior, más allá del mental.
Un efecto no puede ser anulado, pero puede ser transformado. Cuando advertimos que hemos producido algo sin querer o algo negativo, podemos neutralizarlo generando lo opuesto. Por lo tanto, el karma no se borra, pero puede equilibrarse.
Todo karma equilibrado contribuye a la liberación del ser, para que él viva en forma más amplia y no sólo bajo esa ley material.
El destino básico de una encarnación se organiza antes de venir a este mundo de acuerdo con lo que tengamos que recibir, tanto lo negativo como lo positivo. Ese destino puede reorganizarse en el transcurso de la propia existencia, según el desarrollo de la personalidad.
La Ley del Karma Material puede representarse con un círculo. La Ley Evolutiva Superior, con una espiral ascendente. 
Si nos conectamos con la Fuente Única, nuestros actos ayudarán a transformar el karma del mundo, el karma de la humanidad, el karma de grupos y hasta el de los individuos.
Extractado de una charla realizada por Trigueirinho en octubre del 2002.

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